Antes de considerar
los acontecimientos iniciales debemos ver el contexto en que
ocurrieron. Este asunto nos remite a la expansión de la economía y
la cultura europeas a partir de las explotaciones marítimas
portuguesas que, desde mediados del siglo XV, llevaron a establecer
enclaves comerciales en algunos puntos de las costas de África,
India y el Sudeste asiático, así como a ocupar Cabo Verde, las
Azores y otras islas del Atlántico. Estos movimientos estuvieron
alentados por la demanda europea de especies y seda, y en el caso de
las islas por el interés en la caña de azúcar. Como algunas de
estas islas estaban deshabitadas y en otras se diezmó a la población
nativa, la economía azucarera se construyó sobre la base del
trabajo esclavo. Así, el primer movimiento significativo de
población que ocurrió en este contexto fue el de los esclavos de
las costas de Guinea y Angola comprados por los portugueses, y a
veces capturados por ellos mismos, para trabajar en esas islas. Los
castellanos reprodujeron, en las islas Canarias, las actividades de
los portugueses.
El deseo de los
reyes de Castilla y Aragón de participar en los circuitos
comerciales que se estaban formando los llevó en 1492 a financiar el
viaje de Cristóbal Colón en busca de la India, con los resultados
que son bien conocidos. La ocupación española de Cuba, Jamaica,
Santo Domingo y Puerto Rico fue una réplica de la experiencia de las
Canarias: ocupación violenta, producción de azúcar, colapso de la
población nativa e introducción de esclavos africanos. Pero hubo
algo diferente: el interés castellano por emigrar a esas tierras,
formar asentamientos fijos y con un gobierno formal, crear un orden
jurídico, mantener lazos con la tierra de origen, trasladar ganados
y emprender diversas actividades agrícolas y finalmente reproducir
en lo posible el entorno cultural y social de Castilla. Esto se
explica porque este reino tenía un crecimiento demográfico alto y
una economía incapaz de satisfacer las necesidades de gran parte de
su población. Más tarde fueron los portugueses quienes siguieron
los pasos de los castellanos, reproduciendo el proceso en las costas
de Brasil.
Estos
acontecimientos, que siguieron al sometimiento de los musulmanes de
la península iberíca, coincidieron en 1492 con la consolidación de
la monarquía en las coronas de Castilla y Aragón, reafirmada al
poco tiempo con el ascenso al trono de Carlos I de Habsburgo, quien
habría de ser, con el nombre más difundido de Carlos V, emperador
en Alemania. Respaldada por su unificación dinástica, la fuerza de
su nuevo rey y las ventajas económicas obtenidas de América, los
reinos de España se encaminaban a integrar la potencia dominante del
mundo europeo. Este prospecto se hizo realidad con la conquista de
México y luego con la de Perú, resulta del avance de los españoles
más allá de las islas, es decir, en el continente propiamente
dicho.
Al mismo tiempo el
continente americano, aún no llamado de este modo pero sí definido
como las Indias o Nuevo Mundo, empezaba a participar de un circuito
de intercambios que abarcaba al planeta e involucraba a personas,
animales, plantas, metales, manufacturas y todo lo asociado con ello,
desde las enfermedades hasta la cultura. Naturalmente, tales
movimientos se manejaron de modo de satisfacer los intereses
europeos, o españoles en particular, y de ello derivó la situación
de dependencia que marcó a América en los siglos por venir. De ahí,
y del interés de los españoles por colonizar, deriva el adjetivo de
colonia que se aplica a este periodo de la historia.
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