jueves, 20 de noviembre de 2014

Friedrich Nietzsche: El problema de Sócrates; Aforismo II



Yo mismo me di cuenta por primera vez de esta irreverencia de que los grandes sabios son tipos de la decadencia precisamente en un caso en el que es donde con más fuerza se le opone el prejuicio docto e indocto: reconocí a Sócrates y a Platón como síntomas de ruina, como instrumentos de la disolución griega, como seudogriegos, como antigriegos (El nacimiento de la tragedia, 1872). Aquel consensus sapientium -lo fui comprendiendo cada vez mejor- lo que menos demuestra es que tuviesen razón en lo que concordaban: demuestra, antes bien, que ellos mismos, esos que eran los más sabios, concordaban en algo fisiológicamente, a fin de adoptar, a fin de tener que adoptar del mismo modo una actitud negativa ante la vida. En último término, los juicios de valor sobre la vida, a favor o en contra, nunca pueden ser verdaderos: tienen valor solamente como síntomas, se los debe tener en cuenta solamente como síntomas, y en sí mismos tales juicios son tonterías. Es absolutamente necesario alargar la mano y hacer el intento de captar esta asombrosa finesse de que el valor de la vida no puede ser estimado. Por un vivo no, ya que sería parte, incluso objeto litigioso, y no juez; por un muerto no, por una razón distinta. Así pues, que un filósofo vea en el valor de la vida un problema no deja de ser por tanto una objeción contra él, un signo de interrogación puesto junto a su sabiduría, una falta de sabiduría. ¿Cómo?, ¿es que todos esos grandes sabios no sólo eran décadents, sino que ni siquiera eran sabios? Vuelvo, empero, al problema de Sócrates.

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