sábado, 11 de julio de 2015

Friedrich Nietzsche: El crepúsculo de los ídolos; El problema de Sócrates.


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Sobre la vida los más sabios han juzgado igual en todas las épocas: no sirve para nada... Siempre y en todas partes se ha oído de su boca el mismo tono, un tono lleno de duda, lleno de melancolía, lleno de cansancio vital, lleno de resistencia contra la vida. Hasta Sócrates dijo cuando murió: <<Vivir significa estar enfermo largo tiempo: le debo un gallo a Esculapio el salvador>>. Hasta Sócrates estaba harto. ¿Qué demuestra esto? ¿Qué muestra esto? Antes se habría dicho (¡oh, se ha dicho, y bastante alto, y nuestros pesimistas los primeros!):<<¡Ahí tiene que haber en todo caso algo de verdad! El consensus sapientium1 demuestra la verdad>>. ¿Seguiremos hablando así hoy en día?, ¿nos es lícito? <<Ahí tiene que haber en todo caso algo de enfermedad>>, damos nosotros por respuestas: a esos que son los más sabios de todas las épocas, ¡se debería empezar mirándolos de cerca! ¿Podría suceder que a todos ellos ya no les sostuviesen bien las piernas?, ¿que fuesen tardíos?, ¿tambaleantes?, ¿décadents? ¿Podría ser que la sabiduría apareciese en este mundo como un cuervo al que entusiasma un pequeño olor a carroña?..
1<<El consenso de los que saben>>
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Yo mismo me di cuenta por primera vez de esta irreverencia de que los grandes sabios son tipos de la decadencia precisamente en un caso en el que es donde con más fuerza se le opone el prejuicio docto e indocto: reconocí a Sócrates y a Platón como síntomas de ruina, como instrumentos de la disolución griega, como seudogriegos, como antigriegos (El nacimiento de la tragedia, 1872). Aquelconsensus sapientium -lo fui comprendiendo cada vez mejor- lo que menos demuestra es que tuviesen razón en lo que concordaban: demuestra, antes bien, que ellos mismos, esos que eran los más sabios, concordaban en algofisiológicamente, a fin de adoptar, a fin de tener que adoptar del mismo modo una actitud negativa ante la vida. En último término, los juicios de valor sobre la vida, a favor o en contra, nunca pueden ser verdaderos: tienen valor solamente como síntomas, se los debe tener en cuenta solamente como síntomas, y en sí mismos tales juicios son tonterías. Es absolutamente necesario alargar la mano y hacer el intento de captar esta asombrosa finesse de que el valor de la vida no puede ser estimado. Por un vivo no, ya que sería parte, incluso objeto litigioso, y no juez; por un muerto no, por una razón distinta. Así pues, que un filósofo vea en el valor de la vida un problema no deja de ser por tanto una objeción contra él, un signo de interrogación puesto junto a su sabiduría, una falta de sabiduría. ¿Cómo?, ¿es que todos esos grandes sabios no sólo eran décadents, sino que ni siquiera eran sabios? Vuelvo, empero, al problema de Sócrates.
                                                                               
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Sócrates pertenecía, por su procedencia, al pueblo más bajo: Sócrates era plebe. Se sabe, se ve incluso todavía, qué feo era. Pero la fealdad, en sí misma una objeción, entre los griegos es casi una refutación. ¿Era Sócrates siquiera un griego? La fealdad es no pocas veces expresión de una evolución cruzada, inhibida por cruzamiento. En otro caso aparece como evolución decadente. Los antropólogos entre los criminalistas nos dicen que el criminal típico es feo: monstrum in fronte, monstrum in animo.1 Pero el criminal es un décadent. ¿Era Sócrates un criminal típico? Al menos no lo contradice aquel famosos juicio de un fisonomista que tan escandaloso sonó a los amigos de Sócrates. Un extranjero, que entendía de caras, cuando pasó por Atenas dijo a Sócrates en su cara que era un monstrum, que albergaba en sí todos los vicios y apetitos malos. Y Sócrates se limitó a responder: <<¡Me conoce, señor mío!>>.

1<<Semblante monstruosos, alma monstruosa.>>
                                                                             
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décadence en Sócrates remite no sólo el confesado desorden y anarquía en los instintos: a ella remite también precisamente la superfetación de lo lógico y aquella maldad de raquítico que lo distingue. No olvidemos tampoco aquellas alucinaciones auditivas que, como <<genio de Sócrates>>, han sido interpretadas a lo religioso. Todo es en él exagerado, buffo, caricatura, todo es al mismo tiempo escondido, con segundas, subterráneo. Trato de comprender de qué idiosincrasia procede aquella equiparación socrática de razón= virtud= felicidad, que es la más extraña de las equiparaciones y tiene en su contra especialmente todos los instintos del heleno antiguo.
                                                                              
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Con Sócrates el gusto griego da un vuelco a favor de la dialéctica: ¿qué sucede ahí en realidad? Con ello, sobre todo, es vencido un gusto noble; con la dialéctica sale ganando la plebe. Antes de Sócrates en la buena sociedad se rechazaban las maneras dialécticas: se les consideraba malas maneras, ponían en ridículo. Se advertía a la juventud en contra de ellas. También se desconfiaba de tal forma de presentar las propias razones. Las cosas honorables, al igual que las personas honorables, no llevan sus razones en la mano, así sin más. Es poco decoroso enseñar los cinco dedos. Lo que tiene que empezar dejándose demostrar es poco valioso. Dondequiera que la autoridad siga formando parte de la buena educación, donde no se <<fundamenta>>, sino que se manda, el dialectico es una especie de bufón: mueve a risa, no se le toma en serio. Sócrates era el bufón que hizo que se le tomase en serio: ¿qué sucedió ahí en realidad?
                                                                            
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Solamente se elige la dialéctica cuando no se tiene ningún otro recurso. Se sabe que con ella se despierta desconfianza, que persuade poco. Nada es más fácil de borrar que el efecto que hizo un dialéctico: así lo muestra la experiencia de toda asamblea en el que se hable. Sólo puede ser legítima defensa, en las manos de quienes ya no tienen otras armas. Hay que verse obligado a pugnar por el propio derecho: antes no se hace uso de ella. Por eso eran dialécticos los judíos; el zorro Reinecke lo era: ¿cómo?, ¿y también Sócrates lo era?
                                                                            
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¿Es la ironía de Sócrates una expresión de revuelta?, ¿de resentimiento plebeyo?, ¿disfruta, como oprimido, de su propia ferocidad en las cuchilladas del silogismo?, ¿se venga en los nobles a los que fascina? Cuando se es dialéctico se tiene en la mano un instrumento inmisericorde; con él se puede hacer de tirano; se deja en ridículo al otro cuando se le vence. El dialéctico pone a su adversario en la necesidad de demostrar que no es un idiota: hace que se enfurezca, y al mismo tiempo le deja inerme. El dialéctico depontencia el intelecto de su adversario. ¿Como?, ¿es que en Sócrates la dialéctica es solamente una forma de venganza?
                                                                           
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He dado a entender con qué podía repeler Sócrates: pero, con razón de más, queda por explicar que fascinó. Que descubrió un nuevo tipo de certamen, que fue el primer maestro de esgrima de él para los círculos nobles de Atenas: esto es lo primero que hay que decir al respecto. Fascinaba tocando la fibra sensible de la pulsión agonal de los helenos, trajo una variante a la lucha libre entre hombres jóvenes y muchachos. Sócrates era también un gran erótico.
                                                                           
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Pero Sócrates adivinó todavía más. Vio detrás de sus nobles atenienses; comprendió que su propio caso, su idiosincrasia de caso, ya no era un caso excepcional. El mismo tipo de degeneración se preparaba por doquier calladamente: la vieja Atenas tocaba a su fin. Y Sócrates entendió que todo el mundo lo necesitaba, que se necesitaban sus remedios, su cura, su artimaña personal de la autoconservación.... Por todas partes estaban los instintos en anarquía; por todas partes se estaba a cinco pasos de caer en grandes excesos: elmonstrum in animo era el peligro general. <<Las pulsiones quieren hacer de tiranas; hay que inventar un contratirano que sea más fuerte>>... Cuando aquel fisonomista desveló a Sócrates quién era él, una cueva de todos los apetitos malos, el gran irónico pronunció una frase más que nos da la clave sobre él: <<Es verdad --dijo--, pero me enseñoreé de todos>>. ¿Cómo se enseñoréo Sócrates de sí mismo? Su caso no era en el fondo más que el caso extremo, el que más saltaba a la vista, de lo que entonces empezó a convertirse en la necesidad general: que ya nadie era señor de sí, que los instintos de volvían unos contra otros. Él fascinaba en calidad de caso extremo, su tremebunda fealdad la expresa a ojos de todos: fascinaba, según resulta fácil comprender, todavía más como respuesta, como solución, como apariencia de la curación de ese caso.
                                                                            
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Cuando se necesita convertir la razón en un tirano, como hizo Sócrates, tiene que ser no pequeño el peligro de que otra cosa distinta haga de tirana. La racionalidad fue adivinada entonces como salvadora, ni Sócrates ni sus <<enfermos>> eran libres de ser o no racionales: era de rigueur, era su último recurso. El fanatismo con el que toda la reflexión griega se lanza a la racionalidad deja traslucir un estado de necesidad: se estaba en peligro, se tenía una y sólo una elección: o bien sucumbir; o bien ser absurdamente racional. El moralismo de los filósofos griegos desde Platón tiene causas patológicas; lo mismo sucede con una estimación de la dialéctica. Razón = virtud = felicidad significa meramente: hay que hacer como Sócrates y establecer contra los apetitos oscuros una luz diurna permanente, la luz diurna de la razón. Hay que ser prudente, claro, lúcido a cualquier precio: toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, lleva hacia abajo....
                                                                            
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He dado a entender con qué fascinaba Sócrates: parecía ser un médico, un salvador. ¿Es necesario mostrar además el error que había en su fe en la <<racionalidad a cualquier precio>>? Es un autoengaño por parte de los filósofos y los moralistas salir de la décadence con el sencillo expediente de hacerle la guerra. Salir de ella excede a sus fuerzas: lo que eligen como recurso, como salvación, no es a su vez sino expresión de la décadence; modifican su expresión, pero no la eliminan. Sócrates fue un mal entendido; toda la moral de la mejora, también la cristiana, fue un mal entendido....La más cegadora luz diurna, la racionalidad a cualquier precio, la vida lúcida, fría, precavida, consciente, sin instinto, en resistencia contra los instintos, no era ella misma más que una enfermedad, una enfermedad distinta, y de ningún modo un regreso a la <<virtud>>, a la <<salud>>, a la felicidad... Tener que combatir los instintos, ésta es la fórmula de la décadence: mientras la vida sube, felicidad es lo mismo que instinto.
                                                                            
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¿Comprendió esto él mismo, el más inteligente de todos los autoembaucadores? ¿Se lo dijo a sí mismo en el ultimo momento, en la sabiduría de su valentía para la muerte?... Sócrates quería morir: no Atenas, él se dio a sí mismo el vaso de veneno, él forzó a Atenas al vaso de veneno....<<Sócrates no es un médico-- dijo en voz baja para sí-- sólo la muerte es aquí el médico... Lo único que sucede es que el propio Sócrates llevaba largo tiempo enfermo...>>

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